Noche

31 Jul

Para AFR, por una gota de su sangre.

Casi nunca me gusta el sol. Mi naturaleza nocturna viene de mi primer día de desarrollo uterino o desde hace ocho vidas. En la oscuridad soy un pez en el agua clara.

El color negro es un abismo atractivo para los espíritus viejos. También para desadaptados, taxistas, creativos, artistas, lunáticos, doctores, guardias de seguridad, enfermos, veladores, dementes, disfuncional, depresivos y emos.

En la adolescencia perdí el rastro de algunos lugares de la noche. Cuando era niña, tenía dos sueños recurrentes. A veces despertaba cansada, con la sensación de haber escalado una montaña de arena.

Uno de los sueños se trataba de largos recorridos adentro de una cueva. Alumbraba el camino con una pequeña linterna que se hacía polvo cada tres pasos y cada tres pasos volvía a su forma original. Extraños personajes me platicaban historias de los animales más pequeños del planeta.

En el otro sueño me sumergía hasta el fondo de una noria. Me lanzaba desde la luz de la tarde y, sin necesidad de tanque de oxígeno, trataba de tocar el final. Peces prehistóricos jugaban entre mis pies.

La vida me parece diáfana y perfecta en la noche. Dice Alejandro que la noche es la profundidad, mientras observa fijamente las líneas de mi mano. Se detiene a contarlas: una, tres, veinte, mil. Muerde mi uña y me lastima. El dolor me provoca una lágrima. Pide disculpas con cara de niño que perdió un balón en el parque. Luego me recuesta en el sillón y, con la luz de la lámpara sobre mi rostro, peina cada una de mis cejas. Me divierto con Alejandro: nunca nos quedamos en la superficie. Puedo andar en él como ando en cualquiera de las noches que me gustan.

La cáscara de las frutas. El betún del pastel. La ropa del día. Yo también prefiero indagar por lo que hay debajo. La piel es linda, pero en lo hondo existe el universo. Un montón de cosas invisibles se mueren cuando paso la mano sólo por el lomo de la vida. Me gusta abrazar con todo lo que tengo. Y me arriesgo a que me abrasen.

A veces, en la intimidad, imagino los huesos de Alejandro. Un esqueleto hermoso y brillante cabalgándome. Me excita tocar su pelvis, su columna vertebral y sus costillas. Me calienta que su estructura ósea cargue mi peso: encima, cabalgándolo, la mujer que llora o que grita o que permanece en silencio.

Alejandro sabe que me mata cuando se adentra, es decir, siempre. El sábado hablamos de los grillos y la música y la voz. La casa ya estaba oscura. Nos metimos a las sábanas y jugamos y cogimos hasta que todo dolía mucho y hasta la náusea y hasta que llegó la mañana. Yo sé que Alejandro no estaría conmigo si fuera distinto.

También evito las relaciones superficiales. Soy adicta a la profundidad. Los vínculos humanos son o no son. Me niego a tratar a la gente como mercancía: las personas no son desechables.

No quiero ajustarme a la superficialidad del mundo. No puedo. A veces pienso en mi muerte y me pongo feliz. Quedaré descansando para siempre en la tierra.

Si no es mucho pedir, me gustaría que Alejandro estuviera cerca, allá también.

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