Huesos de obesos.

14 Jul

Ayer fui víctima de la obesidad. El camión iba lleno y me tocó ir de pie en el pasillo. Cosa normal, a pesar de que el boleto cuesta como si los pasajeros tuviéramos asiento asegurado, con tentempiés, Wifi y mangos frescos. Una fuerza conmovedora me arrastró: era una mujer que subió con dos chicas veinteañeras. Calculé que la mujer tenía unos cuarenta y cinco, medía como 1.65 y pesaba más o menos 120 kilos. Cada una de las chicas pesaba unos ochenta kilos. Quedé embarrada en las laterales del pasillo y se me rompieron unas galletas. El camión ya iba lleno pero iba llenándose más y más. Cinco kilómetros después subió otra persona obesa. Era una chica enorme, muy joven, inmensa, máximo 25 años, de rostro lindo y la mirada más triste del mundo. Me aplastó como puré de papa. Escuché que tronó un lápiz dentro de mi bolsa. Me dejó sin respiración. Medía, no sé, mucho, cerca de 1.80: sus manos alcanzaban los tubos del camión sin extender los brazos. Vestía ropa de color negro, ajustada, apestosa a sudor rancio. Yo creo que pesaba como 140 kilos. El camión se fue vaciando y todos alcanzamos asiento en el trayecto. Cuando llegué al centro, bajé por la puerta trasera. Vi que las cuatro mujeres iban sentadas, una en cada asiento doble. Supongo que no cabían si compartían con otra persona. Se me quitó el apetito. Íbamos a cenar pizza pero preferí una manzana. Todo el día he estado imaginando los esqueletos de esas cuatro mujeres, ahí adentro, encarcelados, sin escapatoria… Pobres huesitos. Qué vida tan pesada les tocó.

Perro de lunes

30 Jun

Mi perro Chano y yo cambiamos de cuerpo cada lunes.

Todo comenzó el año pasado que fuimos al río. Chano ya sabe cuando toca paseo: ha desarrollado el arte de la premonición. ¡Es un perro adivino! Olfatea mi entusiasmo y prepara la correa, su Hulk de plástico y la pelota. El Hulk es un mono que se encontró en un parque, una noche que hacía mucho frío. El mono ya no tiene brazos ni pies pero le queda la cara verde. En días previos al paseo, se pone muy contento y su forma de estar contento es destrozando zapatos, libros, macetas y almohadones. Cuando alcanza la euforia, ha llegado a destrozar un sillón, así nomás, de alegría.

Aquel domingo del río, saltó a la cama a las seis de la madrugada y me despertó con ochenta ladridos y dos mil saltos. Sí. El coche, la carretera, la montaña y la naturaleza nos esperaba.

Nomas abrí la puerta del coche y corrió al agua. Chano se divertía nadando, persiguiendo bichillos acuáticos y lamiendo piedras mohosas. Yo preparaba la comida, entre el humo de la carne y los vegetales asados.

Alejandro tuvo un ataque de risa porque Chano estaba chillando, mojado y asustado, en lo alto de un árbol: no supimos cómo llegó hasta ahí. Algunos perros son como chivos. Algunas personas somos como perros.

Yo quiero ser perro, le dije a Alejandro. Yo quiero ser Chanito y cazar ratas de monte y lamer moho y orinar los troncos. Yo quiero caminar de lado, husmear en la basura y roer un hueso hasta hacerlo desaparecer entre mis colmillos.

El resto de la tarde, Chano estuvo quieto, inmóvil, en calidad de bulto. Al día siguiente, desperté con el hocico negro y las orejas largas. Chano tenía mi voz, mi piel y mi cerebro. Fue el mejor lunes de nuestras vidas: yo ladrando y mi perro leyendo poemas de Gonzalo Rojas.

Desde entonces, cada lunes cambiamos de cuerpo. Hoy tengo una duda. No sé si quien ha escrito esto es el Chano o soy yo. Ya no sé qué es yo.

Cielo de ciudad

26 Jun

El semáforo cambió a rojo. Había caminado sin ver durante veinte minutos. El sol se cae del cielo y se me viene encima. Sobre la calle hay seis personas pidiendo dinero. Me pregunto si además necesitan un abrazo, un plato de sopa o una esperanza. Un viejo extiende la mano enferma y muestra la protuberancia de su muñeca. La mujer ciega no pide, canta. El señor de la silla de ruedas eleva el torso y sonríe, mientras regala una bendición. La calle es una casa en la que todos cabemos. Las paredes son las montañas y el techo son las nubes que, a veces, tienen forma de los mil demonios y, otras veces, forman figuras de dientes de león.

Morir de lluvia

21 Jun
A veces, la lluvia mata.
 
Un camión de carga derrapó sobre la carretera y le quitó la vida a mi primo. Neto murió al instante. Diecinueve años, los ojos grandes y la sonrisa siempre. Iba a la universidad y llevaba una vida común, de estudiante común, en una ciudad común. La vida simple es extraordinaria sólo por el hecho de ser vida.
 
El funeral estuvo lleno de jóvenes y no cabía un ramo de flores más. Su novia, desconsolada, en otro mundo a lado del féretro. Todos nosotros incrédulos, adoloridos y enojados. Dios casi nunca sirve para nada en los putos accidentes. Esa noche Dios estaba dormido. Mi tío Quique iba manejando y, por fortuna, o quién sabe, se salvó. ¿Cómo será vivir con el fantasma del copiloto?
 
Han pasado casi veinte años y la muerte es la misma cosa siempre.
 
Neto y Quique tenían un negocio familiar de grabación de videos para eventos sociales. Iban de camino a grabar una boda y no alcanzaron a llegar. Se cruzó la muerte con su negra sonrisa en la avenida.
 
El día de la muerte de Neto algo se rompió en la familia y yo entendí un par de lecciones. Vivir es una palabra que puede terminarse demasiado pronto. Cada que veo a mis tíos, imagino el dolor de la pérdida de un hijo. Y no lo imagino.
 
Morir de lluvia quizá sea una muerte digna para un joven hermoso.

Costal de tierra

7 Jun

Todos los perros del mundo se despertaron. Salté de la cama en la madrugada. Pensé que estaban robando el coche o tratando de entrar en alguna casa. La paranoia todavía no termina.

La última vez que todos los perros del mundo se despertaron fue por un vecino. Marco había trabajado en la policía durante unos años; luego renunció y puso un puesto de hamburguesas en la colonia. Lo levantaron.

Esa noche, se oyó el escándalo de camionetas apresuradas y luego la gritería. En la mañana, algunos vecinos nos topamos e hicimos como que nada había pasado. Meses sin saber de Marco. Su familia ya no salía. No abrían la puerta. Pusieron bardas. No hablaban con nadie. Un día hubo noticias y fueron noticias malas. La esposa de Marco le contó a la señora de la frutería que encontraron el cuerpo allá, lejos, en una ranchería de no sé qué pueblo.

Anoche que me asusté por los aullidos de los perros, me acordé de Marco. Ojalá que no se lleven a nadie, pensé mientras me asomaba por la ventana. Qué caliente es el aire de junio. Qué horribles son los gritos de una mujer.

En medio de la calle, un hombre arrastraba algo como quien arrastra un costal de tierra pero con más saña. Nomás se veían las sombras. Este gobierno municipal tampoco ha podido arreglar el servicio de la luz mercurial. El gobierno del cambio. De jodidos a más jodidos a los más jodidos del universo.

El costal de tierra era mi vecina. Le decimos La Hija de la Loca. Una mujer joven que ha vivido más de la cuenta. Mantiene a cuatro hijos, tiene tres trabajos, se hace cargo de su madre. Aguantar tantos chingazos y poner la otra mejilla es vivir más de la cuenta.

El esposo la abandonó cuando estaba embarazada. Se las arregló como pudo. Cuando el esposo regresó, le hizo otro hijo. Después la abandonó de nuevo y, como reconciliación, una niña. Y otra vez. El esposo aparece para ponerle una golpiza y embarazarla y arrastrala por la calle en la madrugada.

La Hija de la Loca trae el brazo enyesado y el cuerpo morado de tanta sangre molida. A ver si manda invitación para el siguiente baby shower…

Vida no deseada.

4 Jun
En el sanitario de mujeres, una chica estalla en crisis. Se le baja la presión súbitamente. Un breve desmayo. Tos y vómito y disnea. Ataque de llanto.
 
Otras chicas a su alrededor ofrecen algo para calmarla: una pastilla, agua, alcohol, una toallita húmeda, un cigarro, abrazos, consejos. Nada funciona.
 
Imposible controlarse. Las lágrimas brotan desde un lugar desconocido. El futuro se rompió como se rompe un espejo al caer desde el último piso. Ninguna ayuda vale. Nada calma el miedo. Las otras chicas no comprenden que están sobrando, a pesar de sus buenas intenciones.
 
En un segundo cambia la vida. Se duplica la vida en un segundo.
 
No todos los días una chica se hace una prueba de embarazo en el sanitario de la universidad.
 
¡Positivo!

Ciudad de antes.

3 Jun

Hoy lo descubrí: existen sitios ocultos debajo de las calles por donde camino todos los días.

Entré al edificio Monterrey, en la esquina de Morelos y Juárez, donde está ubicada la oficina de la Comisión Nacional para la Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros. Fui a levantar la reclamación por la desaparición de mi dinero en la tarjeta de nómina Banorte.

El guardia de la entrada me dio las indicaciones correctas. ¡Siempre me pierdo! Por error, pulsé el botón equivocado en el tablero del elevador.

Cuando se abrieron las puertas, vi otro mundo pero el mismo. La misma esquina de Morelos y Juárez, en otra época muy antigua. No había Oxxo´s, no había mil sucursales de la zapatería Erez de Caché, no había Plaza de la Tecnología. Frente a mis ojos, como relámpago, las carretas y los caballos, las mujeres con vestidos largos bajo la sombrilla, los hombres caminando con el sombrero en la mano. Una mirada a una ciudad que apenas estaba naciendo, sin ruido de automóviles, sin la capa gris en el cielo, sin tanto olor a muerte.

Apreté el botón del piso 9, justo cuando un hombre me extendió la mano para que saliera del elevador. Quería que me quedara con él. Pude liberarme del intento de abrazo.

Llegué a la oficina todavía con el rostro descolorido y los ojos desorbitados por la sorpresa. Tomé mi turno, me senté y esperé dos horas para que me atendieran. Me entregaron un formato para llenar con letra de molde. Debo regresar el día de mañana, con el documento listo y fotocopias de identificaciones y comprobantes.

Estoy pensando que mañana, cuando regrese, debería perderme de nuevo. Y buscar aquella ciudad oculta en la que, por fortuna, todavía no se utilizan tarjetas de nómina con las que los bancos roban más de lo que pagan…

La pasión y los libros

28 May

Ahora recordé una ocasión en la que no me dejaban entrar a un salón de actos para impartir un taller.

Fui a dar un curso de capacitación en algún lugar del sur de Nuevo León, el estado en el que vivo. Ahora no recuerdo si fue en Allende, Montemorelos o Santiago. Para llegar, hay que salir de la ciudad y tomar carretera. Los campos del sur son hermosos y a mí me basta con mirarlos a través de la ventanilla para contagiarme de alegría. Monterrey, mi ciudad, es tan gris que cuando veo un montón de césped bajo un montón de árboles, me pongo feliz como lombriz.

La mañana estaba linda y verde hasta que llegué al lugar de la cita. El salón era una cosa muy fea: un rectángulo sin ventanas y sin abanicos y con una sola puerta. Horrendo porque era verano de cuarenta grados. Horripilante porque eran cerca de cincuenta maestros sudorosos y desanimados e incrédulos. Nauseabundo por todas las anteriores. Ya ni modo. Ya qué. El destino me puso allí.

Descargué todos mis tiliches del vehículo. Montones de libros, proyector, juegos de mesa, discos, telas de colores, cualquier cantidad de artículos de papelería para las actividades didácticas, un baulillo de títeres diminutos y un bote lleno de ropa. Los encargados de la logística del evento me vieron bajar de la camioneta y llevar mi arsenal hasta la puerta del salón de actos. Me presenté como la facilitadora del taller.

No me creían que yo era la persona que impartiría el curso, a pesar de tener enfrente las evidencias. Estúpida, romántica y sensual promotora de lectura a la vista. No me creyeron hasta que llamaron por teléfono para corroborar que una tal señorita Carmen Alanís era la capacitadora para el magisterio de la Zona Fulana de la Región Mengana.

Me pidieron una disculpa y me dijeron que me veía yo muy joven; es decir, muy cara de bebé, muy inmadura y sin experiencia para enfrentar a media centena de docentes de la región citrícola. Fue como en 2002 y yo era una chica de veintidós años. Libros, lectura, comprensión de lectura, literatura, géneros literarios, escritura creativa, artes, creatividad, cultura y todas esas cosas a las que me dedico.

Al final del taller, los maestros no tuvieron otra más que creerme y salieron contentos y resultó un taller gratificante y amoroso, a pesar de mi brevísima edad y mi cara de moco verde.

Lo que nunca me ha faltado es la pinche pasión. Supongo que los convencí. Supongo que se trata de la pasión….

Imaginaria biblioteca

14 May

Por fortuna, la biblioteca imaginaria siempre está abierta.

Corre el aire desnudito entre los estantes, durante el día y durante la noche, de lunes a domingo, de enero hasta el fin del mundo. ¿Dónde se acaba el mundo? Quizá en la última letra del abecedario.

Aquí ningún papel se muere. Los papiros se mantienen gracias a la brisa de las madrugadas. Los libros parecen rosas rojas llenas de gotas de rocío. Algunas madrugadas llegan arrastrando el sonido del viejo tren; ese que atraviesa la ciudad, el país, el universo.

Penetran los rayos del sol hasta el centro de un poema de Borges y las letras explotan, brillan, se incendian. La biblioteca imaginaria es un sitio en llamas. Bradbury le da cuerda al reloj. No existen las horas; aquí existen las horas adentro de las horas. Todo arde y quema de manera contundente. Los libros dejan una cicatriz roja en los ojos.

Otros días, la nieve, suave y luminosa, se posa en las alfombras; las huellas jamás se despintan. Un gato negro maúlla entre las sombras pero se esfuma detrás del perchero. Cae de pronto el huracán. Nada se moja pero todo flota. Los diccionarios parecen barcos de madera bajo la tormenta.

En la biblioteca imaginaria hay música de piano que es un violín que es un oboe. La música baila entre las páginas. Wagner y Mahler juegan ajedrez con El Hombre de Vitruvio. Frente al espejo, cada siete minutos, Pessoa se rompe en pedazos y, siete minutos después, se reincorpora con nubes en las manos.

Un montón de libros del pasado, del presente y del futuro se mezclan, se muerden, se combinan. Hay libros de todos los colores. Libros que son los colores que todavía nadie ha inventado. Libros de agua con sal. Libros de vaho. Libros de vacío. Libros de deseo y de muerte y de amor. Libros que ya fueron árboles mil veces renacidos. Libros con pantallas de oro. Libros de piel y libros de alma. Libros con orgasmos y libros de lágrimas. Libros de hormigas a lado de libros de supernovas. Libros de libros. Libros con polvo de huesos y de tierra negra y de sangre menstrual.

Me recuesto en el sillón. Extiendo la mano. Leo. En la biblioteca imaginaria todo es posible porque adentro de cada palabra cabe perfectamente un mundo real.

Rito y sus claveles

14 May

No puedo adivinar en qué mundo vive Rito.

A veces creo que vive en un mundo con un millón de plazas y kioskos en los que la gente se reúne a conversar. Otras veces imagino que habita en un pueblo donde las personas se saludan de mano y por sus nombres al toparse. También he llegado a pensar que su país es el país de las flores rojas que nunca mueren.

Pero ninguna de mis opciones me convence demasiado. Rito vive en un mundo desconocido por todos, inimaginable, construido a su medida por sus ojos que nunca crecieron y las palabras inventadas por él.

Desde hace treinta años, en el crucero de Eloy Cavazos y Tolteca, Rito hace de policía de tránsito: gorra, lentes de sol, uniforme azul y silbato. Sin que nadie lo contrate y nadie lo mande, Rito pone el orden: semáforo verde, siga; semáforo rojo, alto. Así toda la mañana y toda la tarde. Algunos conductores abren la ventanilla, extienden la mano y le dan unas monedas; la mayoría ni siquiera lo ven.

En la noche, regresa corriendo como nene a su casa y ayuda en las labores domésticas a su madre, anciana y enferma desde que nació. Los días de quincena, Rito junta todas las monedas y pasa por un ramito de claveles para obsequiar a su madre; así como por dos bolsas de vegetales, carne y pan.

Hoy atropellaron a Rito otra vez; ya van muchas y de todas se ha salvado. Desaparece por un tiempo y luego regresa. Tengo la certeza de que en un par de semanas lo volveré a ver…